Íbamos mi buen amigo y yo en su coche, atravesábamos una de esas carreteras sinuosas de la sierra gaditana, como de costumbre, hablando de nuestros preciados carnívoros ibéricos y sus peculiaridades. Eran las una del medio día y el calor ya empezaba azotar con fuerza. A unos cuatro o cinco metros, un animal parduzco con forma de uso atraviesa medio al paso medio al trote balanceando su largo y recio pelaje. Fugazmente desaparece entre el espeso matorral aledaño al arcén. Así suelen ser las observaciones del meloncillo, fugaces.
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